El verano es una época claramente vacacional.
Todo el mundo se toma unos días de descanso; viaja de un lugar a otro, aunque
sea tan solo a una hora de distancia de su residencia habitual; y hace las
cosas que no puede durante el resto de año.
Parece algo muy moderno, pero las vacaciones
también tienen su historia.
Etimológicamente, la
palabra vacaciones deriva del latín vacans,
participio del verbo vacare, que
significa estar libre, desocupado, vacante; o de la palabra vacatio-vacationis, que significa
dispensa o exención.
Hoy en día, la palabra vacaciones suele significar, por lo
general, un traslado de domicilio o un viaje. Pero no se debe olvidar
que también es una época de descanso y relajación para las personas,
aunque no se salga de la propia ciudad.
Si lo miramos desde este
último punto de vista, descanso en la propia ciudad, encontramos que ya existían
vacaciones en la antigua Atenas, donde los ciudadanos varones (debemos
recordar que la antigua Grecia era absolutamente patriarcal y machista) de
todas las clases sociales encontraban en los baños públicos un ámbito
propicio a la vida social, a la par que de higiene personal.
Esta posibilidad de
esparcimiento y cultivo del cuerpo en la ciudad en la que se habita, también
existía en la antigua Roma, donde los ciudadanos acudían a las termas
para relacionarse con sus conciudadanos y relajarse. También recibían cuidados
medicinales, masajes con esencias y aceites especiales e incluía salas para
prácticas deportivas.
Estos baños romanos
abrían al mediodía y cerraban al ponerse el Sol. En los lugares destinados al
baño había departamentos separados para hombres y mujeres; si no había
espacios separados, el establecimiento abría unas horas al día para mujeres y
otras para hombres.
Como excepción, solo una
vez al año las termas eran abiertas al pueblo.
Pero ya en la antigua
Roma, aparecieron las vacaciones como desplazamiento. La red de
carreteras construida por el emperador Adriano, en el siglo II d.C.,
generó las condiciones de seguridad necesarias que facilitaron a las clases
acomodadas del imperio trasladarse durante el verano. Patricios y funcionarios
abandonaban Roma durante la época estival y se instalaban en villas de
Galia, Hispania o el Danubio, desplazándose en carruajes de cuatro ruedas
tirados por caballos.
Esta costumbre cayó junto
con imperio romano.
En la Edad Media,
los caminos eran poco seguros para la circulación de viajeros; estaban
llenos de delincuentes que asaltaban los carros. Sin embargo, se tiene
constancia de que en España volvió esta costumbre. Los primeros en
otorgarse a ellos mismos vacaciones fueron los jueces, por la poca
actividad registrada durante el verano. Después se unieron los miembros del clero
quienes, al ser los encargados de la docencia en aquella época, fueron los artífices
de las vacaciones escolares de verano.
Durante esta época se
consolidó en Europa un sistema de comunicaciones vigente hasta la aparición del
ferrocarril: el sistema de postas. Marco Polo lo importó de sus
viajes a Oriente, donde este sistema de comunicación lo utilizaban en los
dominios del Gran Kan.
Sierra de Espadán. Fuente: Carmen Lacasa
Durante toda la Edad
Media y hasta el siglo XIX, las vacaciones solo estaban al alcance
de reducidísimas minorías.
A partir del siglo
XVIII, se hizo popular entre la aristocracia francesa la costumbre
de veranear, ya que muchos miembros se desplazaban en verano desde Versalles
y París hasta la Champaña, en unos viajes ostentosos con numerosos
carruajes.
Es conocido también el viaje
que lord Byron emprendió junto a una caravana en la que viajaban también su
médico personal, sirvientes, animales domésticos, amigos y la condesa
Giuccioli, su compañera, en un alarde de lujo turístico de la nobleza
inglesa.
El concepto moderno
de vacaciones como desplazamiento se generalizó a partir del siglo
XIX y puede considerarse consecuencia de la aparición de un medio de
transporte fruto de la revolución industrial: el ferrocarril, con las
posibilidades que presentaba para viajes al alcance de todas las clases
sociales. A partir de este momento, los desplazamientos aumentaron e
incluso las clases menos pudientes tuvieron posibilidades de tomarse unos días
de descanso fuera de su residencia habitual.
A principios del siglo XIX, en 1836, se publicaron en Alemania las
primeras guías del viajero, que han llegado hasta nuestros días. Se
empezaron a construir hoteles turísticos con recorridos que incluían excursiones,
estancias en balnearios y los viajes en ferrocarril.
En Estados Unidos,
un pastor cristiano llamado William Henry Harrison Murray publicó, a finales
del siglo XIX una serie de artículos y guías turísticas de las
bellezas naturales de las montañas Adirondack, en el estado de Nueva York. Con
ello, motivó a las clases media y baja a tomar vacaciones; permitidas
económicamente hasta entonces tan solo por la clase alta.
A partir del período
entre guerras (1918-1939), empezó un despliegue publicitario con el
ideal de las vacaciones. Ello, sumado a que la exhibición del cuerpo desnudo
dejó de ser considerada indecente, supuso la divulgación de que el ideal de
la vida eran las vacaciones; que unos días al año, fuera del entorno
habitual, eran lo que todo el mundo necesitaba para tener una vida verdadera.
Los días de descanso se
fueron extendiendo tanto que, en 1936, el gobierno francés tuvo
que aprobar una serie de derechos sociales que incluían el reconocimiento a
las vacaciones pagadas. Esta medida se propagó a todos los países tras
el fin de la 2ª Guerra Mundial, y es desde entonces cuando podemos hablar
del surgimiento del sector turístico y de la costumbre de tomarnos unas
vacaciones.
Playa de Pinedo, Valencia. Fuente: Carmen Lacasa
Si quieres saber más sobre las vacaciones….
Consulta tu agenda, mira lo que no has hecho durante el resto del año… ¡¡¡¡Y
hazlo ahora!!!!
¡FELIZ VERANO!
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